viernes, 2 de diciembre de 2011

Modo Avión

Me gustan los aviones. No tanto como para coleccionarlos o aprender de modelos y tipos, lo mío es un placer lejano y más ligado a la simpatía, porque cuando a mí me gusta algo me vuelvo especialista acérrimo en ello. A mí los aviones me parecen chéveres, muy experimentados y con mucho mundo encima, cosa que yo no me precio de tener -literal y figurado-.

Desde pequeño, jugaba en el Satánico Tomás -claustro escolar donde inició mi vida creativa y delictiva- a atrapar aviones. El juego era simple: como buen tomasinito simulaba estar en clase -porque en realidad me la pasaba pensando en el fin de semana-, y si de repente un avión volaba cerca, me asomaba por la ventana y le apuntaba con mi letal mano izquierda con disimulo. Mis dedos se abrían y cuando lo tenía en la mira, ¡zuácate! lo atrapaba de un zarpazo y lo ocultaba con la inocencia propia de la época.

El juego no terminaba ahí, pues para que el avioncito reposara en el bolsillo de mi chaqueta inspirada en vestuarios de frailes dominicos, alguien debía darme un ligero golpe en el canto de la mano cerrada, detonando una conexión entre dedos apretados que pretendían encarcelar al elemento que siempre me ha significado libertad. Ahora ya no atrapo aviones, porque yo mismo he decidido ser más avión que todos los aviones conocidos y por conocer.

¿Será el afán por volar o el deseo de escapar? Lo único que tengo claro es que no habría aviones si no existieran los aeropuertos, aquellos extraños lugares donde inician o terminan muchas de las historias. No tengo millas de viaje ni horas de vuelo acumuladas, lo único que manejo son ideas y sueños que espero no dejar en el aire -ni siquiera literalmente-.

Se me viene a la cabeza la canción de Charly García y pienso en aquella frase que una compañera de la universidad tuvo en su messenger toda la vida: "Un amor real es como vivir en un aeropuerto". Seguramente Charly se refería a lo etéreo que le resulta el amor, pues es un ir y venir, es como soñar y estar despierto. Si el amor es volar, sentirse entre nubes y tocar el cielo, me encantaría vivir en una aeropuerto, para además de presenciar historias ajenas tener la oportunidad de escribir y protagonizar la mía propia.

Estoy en el aeropuerto y aunque ante mis ojos desfilan muchas historias, me quedo viendo cómo Cristóbal se seca los ojos con disimulo, pues nunca le ha gustado que Diana lo vea en sus momentos de debilidad. Ella siempre supo que este día llegaría, aunque detrás de las promesas que se hicieron en el altar hubo muchas otras encomiendas que se fueron olvidando con el pasar de los años.

Ahora ambos están fundidos en un cálido abrazo, donde más que esposos que han compartido la cama y el techo los últimos quince años, son amigos, amantes, son uno. Ahora Cristóbal agarra la maleta, levanta el mentón de su amada y entre sollozos que no sabe disimular, le lanza la frase lapidaria que logro leer de sus labios: -Allá te espero. El hombre enfila su camino hacia la salida internacional, el lugar que lo llevará a un mejor futuro, para él y para Diana.

Ellos no lograrán abordar el mismo avión, ni compartir sus ideales a los mismos pies de altura: ahora el aire de muchos kilómetros los separa y los lleva a decidir destinos distintos. Diana sigue su vida y Cristóbal también. Yo decido que este 2012 será un año en el que dejaré de lado tanto rol de espectador y sacaré mis alas, las afilaré y puliré para que las aspas y los motores estén lo suficientemente aceitados para cuando me llegue el momento de la caída libre. Este 2012 será el año del modo avión, donde espero que las cosas memorables no se me escapen por haber desactivado el servicio.


@benditoavila

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