viernes, 2 de diciembre de 2011

-Charlie- Ávila

Ahora que lo pienso, llevo muchas entradas citando a mi apellido paterno. ¿Habrá alguna intención oculta detrás de esto? Espero que no, pero debo aceptar que tras casi 23 años de oír cómo la gente se aprende mi apellido no tanto como mi nombre, he decidido valorarlo como nunca antes. Soy Ávila y hago aviladas, como cualquier Ávila que se respete.

Esto ya se ha dicho mil veces aquí en La Fiebre, así como la perpetua creencia de un Dios que hace milagros creativos a diario. Siempre he resumido mi biografía con la siguiente frase: "No de los Ávila bien, sino de los bien Ávila". Pero como hoy no voy a hablar de mi papá, les dejo el link de un buen flashback avileño para que se entretengan.

Me causó especial interés la visita del actor Charlie Sheen a Cartagena, que para este punto es periódico de ayer. Carlos Estévez -como en realidad se llama el susodicho- pisó nuestra tierra y disfrutó de nuestras playas, brisas y mares. La discusión se detiene aquí, porque si vamos a hablar de lo que se esnifó, inhaló, consumió, probó y recibió se nos va la entrada sin tocar lo importante: pisó Colombia luego de abandonar una de las mejores comedias que la televisión ha visto en los últimos años: Two and a Half men -eso sí, nunca como Chespirito o Seinfeld, los verdaderos integrantes de mi Olimpo de la comedia-.

Según algunos periódicos locales -pero no por ello respetables-, el actor que reemplazó a Sheen en la comedia "no ha logrado la empatía del público ni los niveles de audiencia que alcanzó su estrella original". Es tan indiferente que ni siquiera he mencionado su nombre, por si no lo han notado. Con ello no quiero decir que no me guste su trabajo, solo que es impresionante ver cómo un actor se puede hacer indispensable y vital para un producto, hasta el punto que a pesar de su salida lo siguen involucrando dentro de la trama de la serie.

Lo curioso de leer el comunicado anterior es ver apartados como este: "La jugada más reciente del equipo de creativos de la serie fue apelar a lo sobrenatural para 'revivir' a Charlie Harper (interpretado durante ocho años por Sheen) y darles una bocanada de oxígeno a las alicaídas estadísticas que ya no tienen al programa como uno de los más vistos de la televisión estadounidense".

Si siguen leyendo, oh amados cabañeros y cabañeras, sabrán que los productores planean traer al espíritu de Charlie en una posesión, además de desnudar al reemplazo para que con su esbelta figura haga las delicias de todas -y todos, por aquello de la inclusión-. Luego se mencionan a los guionistas, quienes tienen la misión de desarrollar tensiones entre el reemplazo y su madre -la de él-, calcando el mismo cuadro original de repudio que Charlie tenía con Evelyn, su progenitora en la serie.

Me impresiona que se escriba un personaje para un actor y que a la hora de bautizarlo prefieran ponerle el mismo nombre como una forma de homenajearlo y casi que atarlo al referente: no en vano Charlie Sheen ha llevado una de las vidas personales más polémicas que la misma televisión ha querido llevar al plató. Si bien Sheen no es mi modelo a seguir, sí me genera interés eso de crear personajes casi biográficos, a tal punto que la ficción se termina fundiendo con la realidad.

Esa es la dinámica de la televisión: haga cosas memorables, luche por hacerse indispensable y esfuércese porque las cosas sigan así usted ya no esté, pero siempre recordándolo. Yo soy Charlie Ávila, un joven que trabaja en televisión y que aunque conoce estas mecánicas maléficas -pero no es una celebridad cuando va a Cartagena-, también sabe que detrás de esto hay un engaño sutil y más efímero que el éxito de José (con tilde en la é) Gaviria como cantante.

Lo más triste es que así como le pasó a Anakin Skywalker, uno puede convertirse en lo que juró destruir: el ascenso hacia el cadalso Sith es amplio y cómodo aún para los mejores Jedi. Nadie está excento de volverse un Charlie Sheen versión cristiana: embebido de excesos, ávido de reconocimiento y sediento de fama, desconociendo que el sentido no es autopromocionarse como el nuevo Lutero, o como la estrella con más luz, sino amar y aportar para que Él sea quien brille. La estrella brilla más en la medida en que ha sido más estrellada y su fulgor es reflejo del sol, no de sí misma.

Ahora entiendo por qué Dante Gebel decía algo como lo siguiente: "Toda espiritualidad que se promueve ya tiene algo de enfermedad. Todos aquellos líderes que van por la vida propagando sus virtudes estarán siempre a un paso de la catástrofe moral y espiritual. Cuando escuchamos a personas que hablan de sí mismas como si fuera de otras personas, de un personaje, es porque estamos ante un candidato al desastre. La historia es un fiel testigo que esto siempre fue así. Por eso es preocupante que haya tantos jóvenes queriendo 'llenar estadios', 'conmover naciones' o 'llegar a la televisión' (énfasis añadido) y no porque esas metas estén mal en si mismas, sino porque es muy probable que la motivación esté totalmente fuera de la voluntad de Dios".

Sigo sosteniendo que la televisión necesita personajes, actores y referentes que lleven a pensar algo más que el placer y lo banal, que aporten desde sus letras debates éticos, morales y espirituales; pero no por ellos mismos, ni para engordar los orgullos: Llegar a la televisión es una responsabilidad que en este 2012 tendré la tarea de aterrizar.


@benditoavila

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