martes, 23 de agosto de 2011

Cicatricure is The Cure

A mis 23 años -y creo que desde antes-, ya tengo claro qué es la felicidad para mí: ver Seinfeld hasta el amanecer, tomar ajiaco al mediodía, escuchar historias de vida, hacer reír y viajar. Porque definitivamente no hay nada como estar con quien toca, donde toca y lo más importante, a la hora que toca. De entrada mis compañeros Javerianos y Erreceenísticos entran a cuestionarme por usar un verbo tan impositivo que suena tan obligativo en oídos que no comprenden. El "toca" no es deber, no es imposición, es mi concepto de que a través de ciertos límites encuentro libertad.

Hoy estuve donde debía estar. Con el patrocinio del Maestro, abrí los ojos y estaba en pleno Salón Rojo del Hotel Tequendama, tratando de seguir los apuntes cocteleros de Jorge Alfredo Vargas. Esto, preámbulo desalentante para ustedes, para mí fue un buen presagio. Siempre espero divertirme por donde voy; y además ver ciertos personajes ridiculizándose a sí mismos sin que ellos lo sepan me resulta muy atractivo. Ya después de palabras, de himnos, de pasar las páginas del protocolo logístico llegó lo importante: Kim Phuc en tarima, comunicándose con nosotros en un tímido español.

Como La Fiebre -un blog terrenal para espirituales- carece de investigación, de lógica, de sentido común y hasta de decencia, voy a ampararme en esto para aclarar que no quiero ni educarlos, ni aportarles a sus vidas nada de nada. Quiero que vivan y dejen vivir, que dejen de verle sgnificado a todo y simplemente crean, ya que son tan espirituales. Este preámbulo un poco mamertoide para explicar que mi fuente es Vickipedia y que además escribo con dislexia, por si hay errores solamente capturados por la rigidez de los ojos entrenados para ello.

En 1972, los comunistas vietnamitas se opusieron a los gringos, quienes previendo que el comunismo se esparciera por más regiones asiáticas enviaron tropas a Vietnam del Sur. El Viet Cong, una especie de guerrilla vietnamita no se hizo esperar y se vino la plomazera, poniendo a las dos Vietnames a soplarse los mocos como Satán manda. Algunos enfrentamientos limitados continuaron, pero faltaría un suceso que realmente importa en toda esta cháchara histórica que aunque me gusta, sé que no genera buen rating en muchos de ustedes.

Un avión de Vietnam del Sur bombardeó con napalm -una suerte de gasolina gelatinosa que produce una combustión más duradera que la de la gasolina simple-, la zona donde Kim Phuc se encontraba con su familia. Aquí meto el Vickipediazo: "La niña de nueve años corrió fuera de la población, quitandose su ropa en llamas, fue luego de ese momento, que el fotógrafo Nic Ut registró la famosa imagen. Luego, Nic Ut la llevaría al hospital. Permaneció allí durante 14 meses, y fue sometida a 17 operaciones de injertos de piel. Cualquiera que vea esa fotografía puede ver la profundidad del sufrimiento, la desesperanza, el dolor humano de la guerra, especialmente para los niños" (sic).

1972. La niña del centro, Kim Phuc, llora mientras la piel se le calcina ante sus ojos.

Ahora ella es una mujer, es casi un ser de luz que transmite paz por donde camina. Contrario a lo que uno pensaría -que toda víctima de la guerra está sedienta de venganza irrefrenable-, Kim sonrió y abrió con una frase que a muchos les suena de cajón, seguramente porque no han vivido lo suficiente: "Todos tenemos una historia para compartir, pero no me interrumpan que hoy es mi turno". Una mujer que vio cómo su abuela y su primo se desintegraban y morían tratando de alejarse de la aldea, alguien que fue perseguida por su propio Gobierno para que fuera "símbolo de guerra" estaba sonriendo perfectamente vestida ante todo un auditorio en Bogotá.

Con tan solo 9 años, Kim ya conocía muchos hospitales y salas de cirugía en el mundo. Le bastó convivir en dichos lugares por más de 10 años para entender que lo suyo era la medicina. Estoy seguro que si ella nunca se hubiera quemado no habría decidido hacer el juramento hipocrático, lo cual me lleva a reflexionar sobre esos inexorables designios, aquellas cirunstancias que se salen de nuestro control y que finalmente son las que hacen de nosotros lo que somos.

A sus 19 años y en medio de una búsqueda de felicidad en una biblioteca, Kim descubre una Biblia añejada que decide escudriñar, a manera de paliativo, ante el dolor de sus cicatrices ocultas tras las largas blusas que nunca se atrevió a dejar por vanidad. La vietnamita se convierte al cristianismo, algo que en la actualidad muchos ven como desperdicio, estupidez y hasta contradicción humana. Pero Kim, impecablemente vestida, tan solo atinaba a sonreir, como quien tiene tan clara su identidad y su interior que no necesita simular nada.

Kim no vino de paseo: vino a enseñarnos que el perdón libera y que además purifica. Mientras citaba Lucas 6: 27-28 y mostraba una taza con café negro, alardeaba de haber conocido a algunos de los pilotos que destruyeron su aldea. Y digo que alardeaba porque para ella fue clavísimo el poderles decir en la cara que los perdonaba porque ahora su corazón estaba limpio y purificado, tan cristalino como el agua que sostenía en su otra mano. Cómo olvidar que ese café negro, aquellas impurezas del alma, vienen a tornarse en diáfanos ríos donde el perdón abunda.

Yo digo que si Kim Phuc pudo perdonar a los gringos, si ha sabido amar a aquellos pilotos que exterminaron su juventud uno puede perdonar cualquier cosa. Ella dijo al concluir: "Perdonar no es fácil, pero como cristiana no solo oro, hago mucho más: dejo de preguntar por qué a mí y decido confiar y obedecer. No hay otra manera". Pero lo que más me impactó cuando mostró sus brazos, contó que se había casado y que además sus cicatrices le recordaban que Dios la había sellado. Duro, fuerte y algo que nunca esperé plasmar en este blog.

Lo único que pude hacer fue anotar en mi cabeza todo esto, buscando grabar cada detalle y reproducirlo fielmente aquí mismo. Pero, finalmente soy un perro canequero y lo saben. Lo único que pensaba al ver a tanto cristiano merodéandole fue que sería terrible que le cantaran "Fuego Fuego, que no se apague el fuego", "Fuego de Dios, consúmenos", o cualquier otra lírica espiritual. Seguramente nadie se hubiera atrevido a hacer semejante canallada, pero aunque existiera alguien como yo -es decir yo sí lo hubiera hecho-, vale la pena, porque seguramente hasta eso lo hubiera perdonado.

El camino entonces vuelve a ser entender que aunque no se pueda cambiar el pasado, hay que hacer cosas en el presente que afecten el futuro. Esta, frase que seguramente el Padre Gallo recalca en sus mensajes de perdón, viene a ser una verdad de a puño con la cual coincido y que no espero que suene a neo-hippismo, pero como decía Cerati: "Perdonar es divino".


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