sábado, 18 de junio de 2011

El Síndrome del Triciclo

Me atrevería a decir con firmeza que hace más de dos años no estaba en casa un sábado a las 7 de la noche. Llevo bastante tiempo desarraigado del descanso sabatino no porque sea un juerguista empedernido o un hincha furibundo de La Equidad; tiene que ver con que dedico mis fines de semana a visitar el barrio La Castellana para hacer lo que más me encanta. Voy a la Iglesia, hablo con la gente y lo disfruto mucho, porque me nace hacer cosas por otros. Qué bueno es hacer memoria y darse cuenta de cuántos sucesos he enfrentado y he sobrepasado con el pasar de los años, porque si hoy suelo brindar la mano a varios y seguir a un Dios, hace algún tiempo buscaba hacer lo malo, lastimar y sacar provecho deliberadamente.

Esta semana estuve pensando en lo que era hace 10 años. Hace 10 años un 15 de Junio estaba con un gran amigo recorriendo el Parque Sauzalito a eso de las 2 de la tarde. Recuerdo que era viernes y que en el Colegio en el que estudiábamos nos dejaban salir los viernes más temprano. Esto compensaba medianamente la coerción, el suplicio de ver a todos esos curas dando cátedras de moralidad cuando se contradecían entre su discurso y sus acciones. Eran épocas juveniles, atrevidas y muy curiosas, llenas de violencia interna, punk, ska, paquetes gigantes de Cheese Tris con Manzana Postobón y mucha pero mucha ternura disfrazada de rebeldía. Hace 10 años era un enano pistolero.

Visitar un alejado Salitre desde el Cedritos en el que vivíamos era una locura de aquella época, tiernamente bautizada A los 13. Íbamos a visitar a quien fue mi primera novia, mi primer acercamiento a unas manos y a unos labios femeninos. Hace 10 años creía que debía dedicarme a hacer música o en su defecto trabajar en la radio porque me permitiría hablar y vivir de los sonidos. Hace 10 años creía que las amistades eran eternas. Hace 10 años mis papás se juraban amor eterno. Hace 10 años yo juraba seguir los pasos de John Lennon. Hace 10 años pensaba en el amor de mi vida mientras escuchaba Soda Stereo. Hace 10 años no tenía ni idea de lo que sucedería en el 2011, porque ¿Quién se imaginaría que la vida 10 años después podría ser tan distinta y tan distante de lo fue en aquel 2001?

Eso de rebobinar con nostalgia la cinta VHS de mi memoria puede ser perjudicial, porque no hay peor enemigo del futuro que el propio pasado. Ahora que lo pienso, para esto sirvió ver Kung Fu Panda, para aprender que lo que importa es el presente y que no interesa el difícil y triste origen si me comprometo a vivir un excelente y perfectible presente. A nadie le recomiendo que añore volver al lugar de donde vino, pues puede llegar a generar flashesback mortales que lo único que dejarán son sinsabores incómodos.

Han sido días duros, sí. Han sido días melancólicos, sí. Pero me sigo preguntando sobre ese casi que inherente deseo humano de tener lo que se tuvo en algún momento así no se necesite. Pienso en mi infancia, en mis juguetes y en mi viejo triciclo, ese que me hacía vibrar y el cual me generó varios raspones infantiles. Pasó el tiempo y ese juguete de mis amores quedó archivado y embodegado, porque llegaron Los Caballeros del Zodiaco y demás juguetes moderno-distractores de armadura para ensamblar. Lo curioso es ver cómo cuando ya ni me importaba mi triciclo alguien vino a jugar con él, y mi mirada nostálgica y en parte posesiva se empezó a activar. Ese es el síndrome del Triciclo: siempre se despierta en nosotros un deseo por recuperar lo que alguna vez dejamos ir, o en su defecto lo que nunca fue nuestro pero sentimos que debimos aprovechar y no lo hicimos.

Este año ha sido un año de pérdidas, de decisiones irreversibles, de dejar ir y de permitir que el rompecabezas se arme de formas distintas a las planeadas. Es aquí cuando recuerdo a Borges, porque solo un genio de su categoría podría escribir Funes el Memorioso y enseñarme que el olvido es necesario, además de afirmar que Solo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece. Pienso en que no los he perdido, por el contrario, cada día que pasa y los veo alejarse más, los gano para mí, porque el camino no es como el que yo he planeado sino el que Dios me va confirmando todos los días.

Como sé, oh amados Caba-ñeros y lectores desocupados, que si para algo ha servido La Fiebre es para enseñarles a leer mensajes entre líneas... Lee esto, que va para ti (Sí, para ti y entre líneas como te gusta): Prefiero dejarte ir y mantenerme a un lado del camino que tenerte cerca mientras agonizas. Aunque lamento con el alma tu distancia y quisiera decirte muchas cosas por estos días de celebraciones paternalistas de Junio, debes saber que tu distancia me ha hecho fuerte; que si hace 10 años era un enano pistolero que soñaba con tenerte a mi lado, hoy soy un gigante que te extraña mucho pero no te necesita todo.

Estas letras no son un desahogo violento ante lo crudo de nuestra realidad, son mi forma de decirte que me importas tanto y te quiero tanto que prefiero abrazarme a la promesa de confiar en que algún día los cabos sueltos se atarán y podremos estar en el mismo bando, inclusive bajo el mismo techo, riendo y reproduciendo los Blue Ray`s juntos, porque ya los DVD`s serán obsoletos. Sigo soñando en que te tomo de la mano, en que reímos y creamos cosas juntos, en que la gente nos observa y admira la forma en la que nos relacionamos.

Una vez más, te quiero. Por un tiempo no sabré si estarás bien o mal, sé que te ocultas y sé que lo permito; pero debes saber que confío en que el Dios que escucha mis diarias oraciones por ti te protegerá y cuidará en mi ausencia. No temas, que mi humor no ha muerto, estás frente al Luis Carlos Ávila Jr. que crece, te busca y planea encontrarte algún día.

jueves, 2 de junio de 2011

Señor cara de pa-pastor

Tras contestar acaloradas demandas y amenazas de algunos de ustedes, cómodos lectores, he regresado después de limarme las uñas y de dejarme crecer las venas. Era eso o cortármelas, porque quien no está preparado para enfrentar la crítica puede morir si se dedica a profesiones tan falsas como la mía. De hecho, Gustavo Cerati (el real, no el que algunos tildan de vegete-vegetal, decía que Comunicación Social era algo que convocaba gente que no sabía qué carajo hacer con su vida, pero que tenía alguna idea creativa. Así he sido yo, por si acaso.

He llegado con afán a desplayarme en estas letras amigas y a desmentir lo que muchos lectores pueden llegar a pensar: en primer lugar, no escribo mientras uso sombrero y me pongo la mano en la barbilla para ser más intelectual, ni mucho menos lo que plasmo en La Fiebre es fruto de ensoñaciones propias del LSD o de cualquier otra sustancia psicoactiva, como el Prozac que mis detractores parecen no consumir. Así mismo, aclaro rotundamente que no escribo para exorcizar mis demonios usando un lenguaje prosaico que lo que pretende es imitar a Cervantes en su Quijote (guiño guiño). Decir que uno escribe para exorcizar los demonios es el discurso más refrito que existe y naturalmente es tan enfermizo como seguir a Uribe en Twitter. Por eso, prefiero conservar mis maldades e insatisfacciones, pues desde ellas salen estas letras. ¡En sus carotas flacas-gordas-envidiosas, señores!

Ahora sí, después de bajar la cisterna y dejar caer mis heces vocales por el albañal, procedo a seguir hablando de exorcismos y de espiritualidad en la esfera pública, tema que nunca pasará de moda. Esta semana conversé con unos insatisfechos cristianos televidentes que usan Converse y aseguran verse provocados, ridiculizados y burlados por el personaje del Pastor Jiménez de la serie A Mano Limpia, emitido noche a noche. Naturalmente después de escuchar sus demandas (ya soy experto en ellas), procedí a darles la respuesta que escuché de boca de los creadores y libretistas.

El Pastor es ya un recurso de barrio, un personaje que funciona por el simple hecho de construirlo desde la represión y la caricatura de una autoridad espiritual que al pretender negar su naturaleza humana se ve gracioso, me dijo Julio Contreras (a quien le mando un saludo, guiño guiño). Julio quedó lívido cuando le dije que yo era cristiano y que no era que precisamente me ofendiera por el personaje, solo que como el televidente promedio juzga a la televisión como lo real y el cristiano promedio juzga a la televisión como el diablo, muchos seguidores de Jesús podían tildar de exagerado su comportamiento y formas de criar a Ángela, su taimada hija. Julio y Andrés, quien se integraría a la conversación en ese momento, solo añadiría que Diego estaba abajo y debían seguir trabajando, pero que la televisión suele exagerar las cosas y darle el respectivo conflicto a todo lo que se mueva.

Me quedé pensando en eso y en definitiva he logrado concluir que el Pastor Jiménez no está muy alejado de la realidad: si hay cristianos lámparas que no van a trabajar porque se va a acabar el mundo, hay otros más cercanos a mi realidad que venden una religión y profesan la negación del placer como camino hacia la eternidad. Si alguna vez tuviera la oportunidad de hablar delante de autoridades, gente importante y respetada de la televisión (se acerca el día) y me preguntaran sobre las cosas de Dios, les diría que los cristianos no vivimos reprimidos, no vivimos con dilemas morales ni hacemos las cosas para que Dios no nos mate. Les diría que seguir la cruz es una decisión de todos los días y que los cristianos no son como los han pintado, porque esas réplicas de cristiano son solo residuos que quedaron de la brocha del pintor celestial, no el pintor de sueños.

Ya se acerca el día en que sucedan varias cosas importantes: que los cristianos entiendan que son como copos de nieve: solos se derriten pero juntos paran el tráfico; que la televisión y los medios vean con sus propias pantallas y micrófonos que Dios no es como lo pintan ni Jesús como lo dibujan; y además la visita Nº 2000 de este blog. Nunca imaginé que lograría armar tantos tierreros, pero como dice y reza el viejo y popular adagio: Es mejor un mal arreglo que un buen pleito. Que Dios los bendiga, que Dios me bendiga y que bendiga a Andrés Pastrana por armar este cliché, tan parecido a tantos otros que mencionan a Dios.

Pastor Jiménez, siga usted adelante que la realidad de los cristianos necesita una ficción que les sirva como espejo, para mostrarles (o mostrarnos) lo mal que hemos vendido nuestra latente espiritualidad y sentido del amor.