martes, 22 de marzo de 2011

Deux ex machina

Este es el retorno. No el retorno del Rey, ni mucho menos el Regreso a la guaca (Guácala). Es mi forma de manifestar que sigo vivo y que he afilado unas cuantas astillas por si Marbelle, La Cumbia Filosófica o cualquiera de mis enemigos vuelve a atacarme. Han sido episodios de mucha ensoñación y poca credibilidad, pero como todo escenario virtual que se respete (mi vida), siempre hay un deux ex machina, una salida acorde con la ficción en medio de una apabullante realidad.

Por fin terminé de ver mi serie favorita en televisión, Seinfeld. Tras casi 13 años de haberse emitido el final por la NBC, yo reí y me sorprendí igual que la gente que tal vez lo hizo por aquellos días. Los desenlaces siempre reflejan que las cosas pudieron hacerse mejor o que las cosas deben terminar en su mejor momento. Soy de los que creen en ambas versiones, así que logro involucrar de distintas formas estas variables en mi vida. Nunca me conformo con lo básico, pero también entiendo que es de sabios saber salir del aire y no quemarse a lo Chabelo (el tierno ejemplo de lo macabro añejado).

He vivido días de rompimiento, días de radio, días de lluvia, días de comedia, días Díaz, días Ávila, días solos. Vivir siempre motiva a armar un rompecabezas mental gigante en el que entiendo que cada pieza va completando un flashforward hacia el cual me dirijo. No quiero volverme el lado amable de Ricardo Arjona, así que prosigo dejando claro que cuando voy a asados se despierta unn repentino repudio hacia el hippismo y la mamertería, debe ser porque alguna vez milité en sus filas creyendo que oliendo a hippie (hoppo) y desgañitando una guitarra iba a encontrar una identidad valedera. Lo máximo que logré fue llorar escuchando Maná e imaginando el unicornio azul que se le perdió ayer, porque ¡pobrecito!

Ya ha sucedido muchas veces. Mis conflictos, crisis y puntos de giro encarnados en personas y situaciones límite siempre tienen que enfrentarse al elemento externo que resuelve la historia desconociendo la propia lógica interna de la misma. Pausa. Suena demasiado rimbombante, así que como yo también detesto la oratoria lamparesca de Carlos Antonio Vélez, quiero aclarar que no hay más que aclarar. Como diría un maestro que tuve en la Universidad al preguntarle que qué hacía los fines de semana, celebro que no hay nada qué celebrar. Mi vida es un cúmulo de sucesos entretegidos por Dios, pero que también toman su ritmo y camino cuando yo tomo parte en ellos.

Recuerdo mucho la película de Brian De Palma del 93, Carlito´s Way. Recuerdo que además en la Universidad me apodaron Luis Carlitos Way y que siempre quise patentar el remoquete porque me pareció muy creativo: era la mejor forma de describirme. A hoy, sigo creyendo lo mismo. Carlito Brigante tiene mucho de mí o yo tengo mucho de él, pues sigo siendo una especie de justiciero mediático que tras haber alunizado en el fango no quiere que nadie siga sus pasos nefandos, tal vez los actuales y mucho más los venideros.

Sigo replanteando el presente para construir el futuro. Tal vez ahora no entienda el por qué de muchas decisiones, pero tengo mi propio Deux ex machina, mi causa encausada, mi motor inmóvil según Aristóteles. Solamente levanto la mirada y recuerdo la frase: El firmamento dice que Tu paz llegó, así que me sacudo la ceniza, me quito el olor a rancho y espero que un tsunami de ideas nuevas me ahogue y arrase con todas mis estructuras mentales, pues así para muchos sea perturbante que reaccione huyendo o haciendo un paso al costado, creo firmemente en que la solución a la historia viene a través de hilos invisibles que maniobren por este lado y me lleven al demiurgo, o a donde tenga que estar.

viernes, 4 de marzo de 2011

Del tope al fondo

Tratar de resumir todas las emociones humanas que se viven cada quincena es más complejo con el pasar de las semanas. Es por eso que escribir no es un acto light coctelero: quien crea que escribir es solo catársis olvida que Isabella Santodomingo se hace llamar escritora. Escribo sin pensar y recuerdo cuando forzaba al lóbulo derecho de mi cerebro para que pariera cosas asombrosas que ni yo mismo sabían estaban alojadas en mi cabeza. Hoy reestimulo mis dedos a que afloren versos agudos fruto de emociones encontradas, de sueños pisoteados, de muchas complejidades en una sola crespa cabeza.

La bruma no debe tocarlos, oh queridos lectores; pero tú, hijo mío nacido el día en que murió el Mono Jojoy, debes saber que tu misión más que generarme una rutina creativa fue y siempre ha sido consignar cada momento mental de mi existencia. Ahora que agonizo, recuerdo a mi compañera eterna de adolescencia mamerta: la música, la musa, la compañera. Cuán increíble era imaginar escenarios acompañados de notas sonoras de Los Fabulosos Cadillacs, Soda Stereo, Cultura Profética, Beatles; sonidos y notas que creía yo recargaban mi plexo solar y que ahora pienso fueron como una pomada aplicada estilo Vick VapoRub.

Ayer aprendí muchas cosas: nunca terminamos de conocer a la gente, hay que salir a matar por lo que nos pertenece, siempre es mejor hablar a tiempo, cuán difícil es ser coherente, las mujeres doblan las rodillas por las orejas. Esta metralleta de afirmaciones me retumban la cabeza porque en definitiva creo que Dios ama el drama y el conflicto. Creo que eso es lo que más me atrae de él, que no es un guionista caprichoso sino un estupendo director que me deja aportarle al personaje (que él mismo ha creado) y decidir lo que creo conveniente. Es por eso que la vida no es un libreto rígido, más bien es un taller de improvisación en el que todo puede pasar, pero soy yo quien escojo qué.

Recuerdo las canciones de Héctor Lavoe, uno de los salseros más importantes a mi modo de ver. Era triste escucharlo agonizar lentamente en letras como la de El Cantante y pensar que pedía ayuda mientras los locos desdoblaban sus esqueletos en la pista de baile. Tal vez la música es la pieza a través de la cual muchos narramos nuestro ascenso al cadalso, siendo yo el primero en amortiguar los golpes del destino con ella misma. La música me ha vuelto a llamar, el deseo de darle rienda suelta a las emociones y así interrumpir el procesamiento de una cabeza que va a mil.

Si el futuro es contingente (como aprendí hoy), no quiero caer en esa trampa. Me aferro a creer que soy el amo de mi destino así sienta hilos invisibles que me halan la columna vertebral desde arriba. El placer de volar no debe compararse con el miedo a caer, pues es fácil vivir por vivir o vivir por sobrevivir. No quiero pensar ni reflexionar más de lo que me toca porque lo importante es no olvidar la comedia, pero si algo me han enseñado estos años de formular beats y rutinas es que nada nace desde la ausencia ni la perfecta armonía.

Ayer aprendí otra cosa: Mientras peor te va, más te engrandeces. Palabras del maestro Humberto Vélez, quien entre otras cosas me dijo que si quería escribir, actuar, inventar y lo que fuera, debía conocer y vivir. Embárrala, enamórate, cáete, levántate, siente. Curioso que mientras escribo sigo recibiendo estímulos que me ponen a dosmil, porque siempre que determino avanzar vienen derrumbes inesperados.

También pienso en el Joe Arroyo, para mí uno de los grandes. En una de sus épocas, escribió una canción que hablaba de sus trabas y su forma de enfrentar la vida bajo ellas, El Tumbatecho. Canción pegajosa que muchos han bailado en esta época carnavalera, pero que para mí es un canto en el que pedía ayuda sin perder su sabor. Hoy escribo mi propio cantante y mi propio tumbatecho, pues nunca será fácil enfrentar la vida si los pisos en los que nos basamos se vuelven gelatinas de pata que sostienen una fuerte torre.

Sigo creyendo que la dificultad me está haciendo grande y fuerte de alma, así que ante el duelo abro loz brazos mientras doy pasos de plomo hacia adelante. Recuerdo lo que me enseñó mi papá: Los árboles morimos de pie. Lástima que ya no esté para recordármelo cuando más lo necesito.